He aquí el testimonio de la teóloga rezandera que, al igual que muchos antes que ella, alzaron sus balbuceos para indicar que los caminos nos preceden y fueron puestos a nuestro alcance por aquellos a quienes ahora rezamos, oramos y nos acogemos con la sola finalidad de no sabernos solos ni abandonados ni silenciados, porque ni la soledad, ni el abandono ni el silencio son eternos. Y he aquí el testimonio de la vitalidad de Huayacac, de Antequera, de Oaxaca desde la mirada de sí misma.
Una mirada volcada sobre aquellas ánimas que en paz reposan. Una mirada amorosa a las ánimas que, en este mundo, aún les cantan, bailan, rezan y oran. Una mirada esperanzada en armonía que los ritos funerarios y centenarios recrean entre los mundos de los vivos y los mundos de los difuntos. Una mirada atenta a lo que las palabras evocan. No por magia, no por superstición, no por vana mercadería. Es mirada de contemplación confiada sobre esa humanidad que no agota su vida en la mera vida, sino que se derrama hasta cualquier vida, vida siempre humana, siempre nueva desde genealogías remotas.
He aquí un registro de lo encontrado en la búsqueda por los pasos que los vivos dan junto con el difunto. No a manera de consuelo ante la respuesta, no siempre apetecida, que los vivos más queridos dan ante la ineludible llamada a partir sin terminar; sino como respuesta de este vivo ante las infinitas sendas en las que su vida deviene y que, en todas ellas, se da un atisbo de trascendencia.